Nunca antes me había movido tanto por dentro recordar un país como al preparar esta entrada al blog. Escribo la intro al final, después de releer el post entero, con el estómago encogido y ganas de llorar.
De la agitada historia de Camboya a lo largo de los siglos, se me quedaron grabados dos momentos: el abandono a la naturaleza de Angkor en el Siglo XVI, dando lugar al espectáculo más impresionante de fusión entre construcción y selva, y el terrorífico genocidio de Pol Pot... ya en el Siglo XX.
Camboya fue el centro de un Gran Imperio durante la Edad Media, Imperio que ocupaba también partes de Tailandia, Birmania, Laos, Malasia y
Vietnam. Los templos de Angkor, su capital,
constituyen el principal legado del Imperio a la posteridad y son la prueba del inmenso poder y riqueza que acumularon los jemeres, gracias también a un eficiente sistema de gestión del agua a través de canales, que les permitió expandirse enormemente.
Tras varios saqueos, inundaciones y posteriores sequías, en 1432 se traslada la capital a Phnom Pen y la Ciudad Sagrada de Angkor fue tragada por la selva y olvidada.
Cuatrocientos cincuenta anos mas tarde, un francés en expedición por el río Mekong se encontró por sorpresa con la Cuidad Olvidada. Me recreo al imaginar lo que sintió al "tropezarse" con esos maravillosos templos de piedra que se enredaban con las raíces de gigantescos árboles. Salvaje selva entre la que encontró la sonrisa de Buda que descansaba como esperando a ser descubierto.
Así pasó Camboya a ser protectorado francés y luego independiente hasta que llegó el fatídico 1975.
1975: comienza el “año cero” y Pol Pot, se dispone a reescribir la historia del país.
De un total de 8 millones, 2 millones mueren durante el genocidio que se
extendió de 1975 a 1979. Uno de cada tres habitantes de Camboya.
3 años, 8 meses y 20 días que los Jemeres Rojos gobernaron el país. Estómago y corazón se encogen al escuchar o leer lo que se “vivió” en
Camboya durante ese período. Hace tan sólo 40 años...
Objetivo: exterminar todo vestigio del detestado capitalismo. Se quemaron
bibliotecas, se destruyeron vehículos de motor, se vetó el uso de medicamentos.
Empezó matando
a profesores, abogados, médicos... continuó con funcionarios, militares... la
sed de sangre le hizo ejecutar a todo aquel que llevara gafas... pues estas
eran símbolo de intelectualidad.
No tuve
fuerzas, ni ganas, ni estómago para leer o ver “Los Gritos del Silencio”. Las
torturas que nos contaban sobrepasan los límites de la imaginación de cualquier
mente sana. Campos de
concentración, familias rotas, canibalismo por hambre...
Viajar a
Camboya y descubrirse a uno mismo buscando en la mirada de los camboyanos cicatrices de un pasado muy
reciente. Transeúntes que han visto con sus propios ojos cosas que ningún
humano debería nunca presenciar.
Sensación
dura al recordar Camboya. Lo que no vimos es lo que más marcó. Lo esencial es invisible a los ojos. Difícil describir lo que se siente al pisar suelo camboyano.
Nunca más.